1 de julio de 2025
La primera revelación de Dios es la propia creación, confiada a la humanidad como un jardín para “labrar y cuidar”.
La Escritura vincula repetidamente la adoración con la administración responsable, recordando a Israel que la tierra pertenece al Señor.
Honrar este don no es opcional; está entretejido en la ley moral escrita en cada corazón.
Laudato Si’ llama a la Iglesia a una “ecología integral” que une el cuidado de las personas y del planeta.
Francisco insiste en que la negligencia ambiental es, en última instancia, una crisis espiritual que distorsiona nuestra relación con el Creador.
Esta enseñanza amplía las anteriores encíclicas sociales papales, fundamentando la preocupación ecológica firmemente dentro de la doctrina católica.
El 1 de julio de 2025, obispos de Asia, África y América Latina emitieron un llamado conjunto por una verdadera justicia climática.
Advirtieron que los mercados de carbono y los eslóganes de “economía verde” pueden ocultar la explotación continua de los pobres.
Su declaración resuena con la tradición profética: nombrar el pecado, defender a los vulnerables y llamar al mundo a la conversión.
Sequías en el Sahel, tifones en Filipinas e incendios en el Amazonas destruyen hogares y parroquias por igual.
Estos eventos no son estadísticas lejanas; son la realidad vivida de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
Cada desastre agrava la migración, el hambre y el conflicto, subrayando la gravedad moral del llamado de los obispos.
Los obispos critican los esquemas que permiten a los contaminadores comprar compensaciones sin reducir emisiones.
Tales modelos tratan la atmósfera como propiedad en vez de patrimonio común, privilegiando la ganancia sobre el bien común.
La doctrina social católica rechaza estrategias que externalizan los costos hacia los pobres mientras publicitan virtud moral.
Los impactos climáticos golpean con más fuerza donde las redes de protección son más débiles, haciendo de la degradación ecológica un tema de vida.
La opción preferencial de la Iglesia por los pobres exige un cambio estructural, no solo caridad después de los desastres.
La solidaridad nos mueve de ser espectadores a ser defensores, uniendo los clamores locales con el testimonio católico global.
Pequeñas decisiones diarias—uso de energía, transporte, consumo—forman hábitos de virtud o de vicio.
Los equipos parroquiales de cuidado de la creación pueden auditar instalaciones, plantar huertos parroquiales y modelar la adopción de energías renovables.
Las familias enseñan a los niños el respeto por la creación rezando la bendición antes de las comidas, nombrando a los agricultores, pescadores y bosques involucrados.
Los católicos tienen el deber de participar en las estructuras cívicas sin rencor partidista.
Cartas a legisladores, participación en sesiones sinodales de escucha y colaboración con coaliciones interreligiosas encarnan el apostolado laical.
Nuestra voz gana credibilidad cuando se arraiga en la oración, la experiencia y el respeto, no en eslóganes o ira ideológica.
Ayunar del consumo innecesario agudiza la conciencia de los costos ocultos que otros soportan.
Celebrar el Tiempo de la Creación con procesiones eucarísticas al aire libre, bendiciendo la cuenca local o los campos.
La confesión y el examen ayudan a descubrir hábitos que hieren la creación, invitando a una transformación llena de gracia.
Jóvenes católicos, de Manila a Nairobi y São Paulo, lideran ministerios ecológicos y campañas digitales.
Los mayores pueden guiarlos en doctrina y vida sacramental, asegurando que el celo permanezca anclado en el Evangelio.
Juntos forman un puente vivo, uniendo la memoria con la creatividad para la misión de la Iglesia.
Los obispos llaman a abandonar los combustibles fósiles y reestructurar las economías para servir a las personas antes que al lucro.
Los empresarios católicos pueden desarrollar tecnologías guiadas por la ética, no solo por la eficiencia.
Salarios justos, propiedad cooperativa e inversiones de impacto traducen la doctrina social en modelos empresariales prácticos.
A medida que se acerca el Año Jubilar, el tema de la liberación resuena con la renovación ecológica.
La peregrinación—ya sea a santuarios locales o al Camino—nos recuerda que somos huéspedes en la Tierra, no propietarios.
Llevando la declaración de los obispos en el corazón y la mochila, los peregrinos dan testimonio de que la justicia climática es un imperativo evangélico.
La voz unificada del Sur Global amplifica la Escritura, la tradición y el Magisterio: cuidar nuestra casa común es parte integral de la fe católica.
Respondiendo con oración, cambios de estilo de vida y defensa pública, el Pueblo de Dios puede forjar un futuro donde la creación y la humanidad florezcan juntas.
Que este compromiso compartido dé fruto mucho después del Jubileo 2025, revelando al mundo una Iglesia que ama tanto a Dios como a la Tierra que Él nos confió.